¿Me hubiera reconocido mi madre con la cara hinchada por los golpes, con los colores morados extendidos, deformados, con los pómulos rotos, con los huesos sobresaliendo entre la piel, estrangulada, cortada, con el sexo deformado y amoratado, con las costillas rotas también? Mi madre no hubiera tenido más opción que buscar mi mano izquierda para ver de cerca el tatuaje que me hice hace cinco años cuando murió mi abuelo. Solo así podría haberlo reconocido y decirle al forense, ¨Sí, es el cuerpo de mi hija. Es mi hija. Cecilia Podestá¨. Me imagino su llanto, su lento caer apoyándose al lado de la lámina metálica o camilla, en la que el forense, posiblemente un hombre acostumbrado a ver a estas madres al lado de estos cuerpos, le mostrara el mío, tan desnudo, tan destruido e invadido. A pesar de estar muerta hubiera escuchado el llanto de mi madre porque se habría alojado en algún lugar interior de mi cuerpo para siempre, como un animal, que enterrado o incinerado es rabia, impotencia, las ganas de querer matar cuando destruyen lo que amamos y no podemos porque no somos iguales a los monstruos que practican lo peor sobre nosotros.

Ha pasado menos de una semana y ya puedo hablar sin el pánico, sin el llanto, sin la soledad y sin la noche con una vaga luz que me aterrorizaba. El viernes por la noche trataron de secuestrarme. No querían robarme. Paró frente a mí un auto negro con los cuatro asientos ocupados por 4 hombres entre 25 y 30 años. Cuando los vi, aceleré un poco, pero de inmediato se bajó el que iba de copiloto a jalonearme. Querían meterme al carro como sea. No querían llevarse la bici porque no iba a entrar por ser pesada y eléctrica. Por como me jaloneaba el tipo, definitivamente, no quería llevársela. Querían llevarme a mí. ¿Un secuestro al paso por un rescate? No. Después de terminar conmigo me hubieran tirado en un acantilado probablemente, después de que cada uno me violara y fueran tomando turnos, destruyendo mi cabeza, mi cara, mi cuerpo, mi alma, mi vida y la de los que me aman.

Cuando vi que no había escapatoria y me imagine en la morgue siendo un cadáver difícil de reconocer, algo pasó; algo que no entiendo hasta ahora. Mi cuerpo abandonó mi cabeza, quizá hasta el pánico se suspendió y me tiré al suelo con la bicicleta encima como si fuera un muro de contención entre ese sujeto y yo. Luchamos un rato que pareció interminable. El quería levantar la bicicleta para ponerla de lado y llevarme, pero mis gritos –y no sabía que podía gritar así– fueron alertando a los vecinos. El que iba detrás del asiento del copiloto, iba a bajar con un trapo envuelto con el que quizá quería hacerme creer que tenía un arma, o la tenía realmente. No lo sé. Pero ya los vecinos iban prendiendo sus luces, acercándose. Mis gritos salían del infierno y el infierno era lo que me iban a hacer. Yo me hice un solo cuerpo con la bicicleta, así sería casi imposible que me subieran al carro. El tipo con el que peleaba me jalaba el pelo como si se sujetara salvajemente a una cuerda por lo que hasta ahora me duele la cabeza y mucho. Mis gritos, que eran el infierno vivo de mis entrañas me dejaron sin voz casi hasta hoy. Irrité mi garganta con la desesperación de que pudieran ser mis últimos gritos. Solo un par de días después noté un dolor en mi frente y recordé que cuando tenía al sujeto encima de mí con la bicicleta de intermedio, logré meterle un cabezazo. El trató de patearme en algún momento, pero pateó mi bicicleta convertida en un muro de contención entre ese maldito delincuente y mi propia vida.

En algún momento decidí que podrían matarme ahí mismo. Fue un segundo en el que asentí duramente quizá con los ojos. Había decidido que podrían romperme las costillas, golpearme, patearme, dispararme posiblemente, pero haría lo posible y lo imposible para que no me subieran a ese carro. No dudo en que estaría muerta ahora. Pero los gritos desesperados, las luces, y las personas que se iban acercando hicieron que el sujeto que me estaba atacando me soltara para meterse al carro. El que iba a bajar desistió y se dieron todos a la fuga.

Temo a pocas cosas.  Incluso alguien que ya no esta en mi vida me decía que era innatural que no le tuviera miedo a la muerte o que no quisiera tener hijos. El viernes tuve miedo. Nadie debe arrebatarte lo que eres, lo que quieres hacer. Nadie debe tener ese poder. Me iban a matar probablemente y me iban a quitar todo, sin el más mínimo derecho, arrebatándome el tiempo que me hace falta para recuperar cosas, personas, textos, y más. Sé que me iban a matar porque me hubiera defendido como sea y entre los cuatro me hubieran desfigurado a golpes mientras me violaban e iban convirtiéndome en un objeto ensangrentado, frío y sin movimiento, un peso muerto que después  tirarían quizá por la playa con suerte o que hubieran terminado enterrando para formar parte de la larga lista de mujeres desaparecidas de este país.

Después de meses sin hablar o vernos, llamé a mi madre a la mañana siguiente y lo único que le dije después de contarle todo fue ¨pensé que no te iba a volver a ver¨. Me visitó al día siguiente y pudo ver cómo estaba, asustada, que es igual a decir que me vio como nunca dejo que me vea realmente.

Podría continuar, pero siento que mis manos tiemblan de nuevo. La denuncia se hizo en la comisaría de Barranco ya que las cámaras de un edificio tomaron la placa del carro. Espero que los encuentren pronto y sino, que no logren subir a su infierno a ninguna mujer para torturarla y destruirla. Nadie merece vivir siendo vulnerable y así vivimos todas las mujeres, en este país y o en cualquier otro. BASTA.