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CUERPOS ABIERTOS

Una lectura a “Memorias del caso peruano de esterilización forzada” de Alejandra Ballón Gutiérrez

Publicado: 2015-04-11


POR CECILIA PODESTÁ 

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Después de un corte en el vientre, el médico hurga con los dedos, ensancha la piel y mete las tijeras y fórceps dentro del cuerpo de la mujer para extraer las trompas. Una vez fuera son penetradas por una aguja, y el hilo pasa a través -en muchos casos- de ellas para el nudo que quita a la mujer la posibilidad de la reproducción. Esta es una breve descripción del proceso médico de la ligadura de trompas.

En el caso de las esterilizaciones forzadas en nuestro país en las que la mayoría de víctimas eran de población indígena, el hilo que se guarda dentro, se vuelve un símbolo físico de la opresión del poder que comparte lugar entre las entrañas con el miedo (que se manifiesta en el metabolismo y química corporal) de quien no tiene ya una relación con su cuerpo al haber sido transgredido en su propia cosmovisión.

En Memorias del caso peruano de esterilización forzada, su autora Alejandra Ballón Gutiérrez recoge testimonios de mujeres que fueron esterilizadas contra su voluntad durante el gobierno de Alberto Fujimori Fujimori por el Programa Nacional de Salud Reproductiva y Planificación Familiar (PNSRPF 1996-2000). Los testimoniantes son de Independencia y Vilcashuamán en (Ayacucho), Huancabamba (Piura) y Lima. A través de ellos (hombres también) podemos ver de cerca los procesos físicos y sociales que sufrieron como víctimas y victimarios hasta convertirse en instrumentos del Estado y su poder.

La mayoría eran tejedoras de Kallwa: telar de cintura. Después de la operación las mujeres dejan el tejido como principal actividad y migran a las distintas ciudades cercanas como comerciantes. 

El hilo tejía contra y dentro de la mujer. El golpe de la madera que deben dar contra el vientre para que los hilos engarcen, las regresaba a la operación, al corte, al vacío o vértigo con el que empezaron a identificar su cuerpo al no poder concebir hijos que trabajaran la tierra o hijas a las que pudieran transmitir la tradición del telar de cintura como legado cultural y económico. La irrupción en su tradición se guarda dentro de su cuerpo y a ella tienen que sobrevivir. El peso es físico y es para siempre: dolor en el vientre, en las piernas, en la espalda, cansancio y más. Padecer parece haber cargado el cuerpo. Ya no son las mujeres fuertes que requieren el campo sino cuerpos que deben adoptar el cambio. Después de una lectura a la investigación de Ballón, es importante resaltar la relación del cuerpo de las víctimas con los significantes posteriores a las esterilizaciones que sufrieron. Es curioso cómo al volverse estériles, los hilos con los que tejían se vuelven los mismos hilos internos que las atan hasta mutilarlas. El tejido interno que hicieron los médicos dentro de la mujer indígena convirtió sus cuerpos en pruebas (tejidos) de uno de los más grandes crímenes de lesa humanidad en nuestro país. Esta lectura intenta describir la acción del cuerpo y sus cambios frente a la política que los rigió y tomó no solo su intimidad sino que se apropió de su realidad, trastocando todo lo que los rodeaba.

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Quienes recuerdan el video en el que esterilizan a una mujer con anestesia insuficiente, saben que la que grita en la camilla no es para los médicos que la rodean, una mujer; sino solo un cuerpo que puede peligrosamente reproducir su pobreza en otro ser humano y así alcanzar y amenazar la ilusión del progreso del que muchos peruanos querían ser parte a costo de otros. Juana Rosa Ochoa murió días después de que la esterilizaran en Huaytará-Huancavelica durante una campaña realizada en 1996. El personal de Salud graba lo que celebrarán después aun sin saber que en medio de la precariedad han perforado el intestino grueso de la mujer. Sus movimientos son lentos e inútiles al tratar de defenderse, extendiendo los brazos que esquivan las enfermeras. Sus gritos por la vaga anestesia no logran que los médicos y enfermeras reconozcan que están usando su cuerpo contra voluntad y para cercenarse ellos mismos como Estado. La factura no será inmediata.

El Doctor Gonzalo Gianella Malca sostiene en su ensayo Salud pública y ética médica, recogido en el libro de Alejandra Ballón, la responsabilidad de los cirujanos, no solo por la evidencia de lo ocurrido sino por el poder que ostentan sobre otro ser humano al poseer el conocimiento que les permite entrar en cuerpos iguales a los suyos para sanarlos. Gianella pregunta ¿se puede obligar a un cirujano a operar contra su voluntad? 

“Estaban convencidos que estaban haciendo médicamente lo correcto”, se responde.

En toda dictadura o sistema de abuso de poder político el Estado ha logrado transgredirse a través de sus instituciones si es que partimos de la premisa que todos somos Estado a pesar de quienes se turnen en él. No hay dictadura que haya torturado ciudadanos sin ayuda médica. Hay muchos testimonios que narran la ayuda de los galenos a los torturadores para que puedan seguir siendo mutilados físicamente.

¿Convenció Alberto Fujimori a miles de médicos que esterilizar a 272,028 mujeres y 22,004 hombres estaba bien? Podríamos discrepar con el doctor Gianella o analizar la relación del cuerpo médico con la población indígena. Sí, estaban convencidos de hacer lo correcto, pero no solo por un desprecio a la gente del campo que debían cercenar, sino por un disfrute con el Estado al compartir el poder sobre miles de personas. Podían entrar en esos cuerpos y convertirse en Estados opresores más pequeños y quirúrgicos, amputar, cerrar y ver cómo eran parte no solo de una posible economía que crecería gracias a su sacrificio (“haciendo historia”) sino de un orden al que los adherían como piezas valiosas por sus conocimientos, claro, tan distinta a los campesinos.

Las esterilizaciones forzadas nos llevan a una lectura que podría basarse en un discurso del cuerpo contra el cuerpo, sin embargo esto contradice no solo la ética y el juramento hipocrático que hacen los médicos sino a la ley natural que permite ver las manos de estos como una luz autorizada a entrar en la piel, a rozar la intensidad suspendida de una persona que se somete a otra confiando plenamente en los poderes que ha adquirido para entrar en su propia biología. Los médicos que cercenan y torturan personas dejan de serlo a pesar de sus conocimientos para convertirse en máquinas-estado a las que el poder ha embaucado al punto de traicionar no solo su propia humanidad sino de transgredirse como sujetos.

Regresando a la lectura del cuerpo contra el cuerpo, los médicos que cogen un bisturí u otras herramientas para dañar a un ser humano se han transformado en este instante en un nervio fuera del cuerpo del poder, útil solo durante su acción y reemplazable. La lectura cambia y si bien podemos hablar inicialmente del cuerpo contra cuerpo, el médico se ha transgredido al punto en el que el conocimiento que tiene lo despoja de su propia corporalidad al tener una jerarquía sobre otra persona. Se ha transformado en el Estado opresor por el poder que éste le ha dado. Es peor que un asesino.

CUADRO

El libro “Memorias del Caso Peruano de Esterilización Forzada” inaugura la colección “Las palabras del mudo”, que el Fondo Editorial de la BNP dedica a las investigaciones nacionales contemporáneas sobre los estudios de género, de antropología visual, y al llamado “pensamiento poscolonial”. Alejandra Ballón recoge los ensayos de los investigadores Christina Ewig, Gonzalo Gianella, Gabriela Citroni y Giulia Tamayo. Ewig nos introduce al primer capítulo “Economía y Género”, sosteniendo que el PNSRPF y en general el programa de planificación familiar en el Perú, bajo la administración de Alberto Fujimori tenía como objetivo político directo el control poblacional, ensañándose especialmente contra las mujeres indígenas analfabetas quienes no ejercían sus derechos civiles. 272,028 mujeres y 22,004 hombres fueron esterilizados.

En el segundo capítulo “Salud Pública y Ética Médica”, el estudio del doctor Gonzalo Gianella, considera que la responsabilidad de tan execrables hechos debe recaer de manera contundente sobre el cuerpo médico. En el tercer capítulo “Justicia y Políticas de la Memoria”, Gabriela Citroni, aborda la ausencia del tema en el trabajo y en el informe final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR). En el capítulo final, “Resistencia y Critica” Gabriela Tamayo, considera que se debe esclarecer la naturaleza de ese crimen como crimen contra el derecho internacional y hacer comparecer ante la justicia a los responsables, es parte de la deuda social pendiente hacia las víctimas.

CUADRO 2

En el Informe Final sobre la aplicación de la Anticoncepción Quirúrgica Voluntaria (AQV) en los años 1990-2000 (Capítulo VII : Conclusiones, p. 106), entre los años 1990 y 1999, el Ministerio de la Salud llevó a cabo el Programa Nacional de Planificación Familiar que ejecutó la esterilización de 314’605 mujeres y 24’563 varones. Según el Informe Defensorial 69, un total de 272,028 mujeres y 22,004 varones fueron esterilizados entre 1996 y 2001. Le cifra revelada en dicho informe coincide con los aportes de las investigaciones de Tamayo (1999) y de Zauzich (2000): 81,762 casos en 1996; 109,689 en 1997; 25,995 en 1998; 26,788 en 1999; de 16,640 en el 2000, y de 11,154 en el 2001.

EL DATO

“Memorias del Caso Peruano de Esterilización Forzada” es una investigación que recoge testimonios de las víctimas y el relato de los protagonistas sociales cuyas voces fueron silenciadas de las historias oficiales del país. La investigación de antropología social realizada por la fundadora del Proyecto de Investigación Internacional “Archivo PNSRPF”, investigadora asociada al IFEA y docente de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP) Alejandra Ballón, compila una reflexión sobre uno de los temas sociales más sensibles de nuestra historia reciente, cuenta con testimonios de las víctimas y de importantes actores sociales. El libro es editado por la Biblioteca Nacional del Perú (BNP).


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Dinosaurios de latón

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