Pálidas perversiones
Una lectura a Los años de peregrinación del chico sin color de Haruki Murakami (Tusquets 2013)
Murakami nos deja el beso frío de mujeres muertas con cuellos largos y que atraviesan hombres, situaciones y delirios. Si cabe una pregunta podría ser, ¿qué pasó con la mujer que era penetrada por un hombre mientras éste era acariciado ferozmente por su amiga? Algo la deformó desde ese momento. Parece haber sido puesta ahí como una pieza para ser víctima o un monstruo callado. Padecía la soledad como una enfermedad. Pero ésta -la soledad- no solo genera fantasmas que nos observan haciendo el amor, sino otros planos en los que buscan coexistir con nuestra perversión. Parecen volverse tangibles pero improbables. "No" podría responder ella, descubierta, lasciva, destruída.
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Para los que alguna vez vivimos bajo la absoluta certeza de que un día lograríamos morir a voluntad, un personaje como Tsukuru Tazaki protagonista de Los años de peregrinación de un chico sin color de Haruki Murakami, es una constante de preguntas envolviendo un cuerpo como una transgresión que hasta podemos reconocer como legítima en el tacto que intenta entrar al cuerpo para destruirlo. La muerte para él es un derecho sin importancia. Esta ha entrado en un su cuerpo antes de que el primer y último de sus órganos se pudran, queden secos o entierren. Vivir bajo la certeza de la muerte es para Tsukuru, una simple prolongación –hasta científica- a la que podría entregarse en cualquier momento. Pero hay un inicio para tanta nausea.
Las relaciones humanas se convierten en espacios tan importantes como en los que vivimos. Son techo, paredes, traición, ventanas amplias para votar las entrañas y muerte. Así, el otro es una pared que recibe nuestro peso y nos contiene. Tsukuru tenía dieciséis años y una pandilla entrañable formada por cuatro amigos, cada uno identificado por un color de acuerdo a la terminación de sus nombres, todos menos él, un chico sin color y que sentía todo el tiempo su imperfección contrastada con la perfección de los demás, preguntándose por qué paraban con él si era como era. La relación con ellos se vuelve intensa y el vínculo se establece como algo que los sorprende en la adolescencia justamente como un lugar propio en el que experimentan armonía, calma y relaciones verdaderas. Sin embargo estos cuatro jóvenes –dos chicas y dos chicos del instituto que al parecer cuidaban no relacionarse sentimentalmente por no arruinar su relación- le dicen un día sin mayores explicaciones que no debe llamarlos más, contactarlos, acercarse y que él sabe por qué. Tsukuru se convierte en un nómada de cuerpos vacíos y dieciseis años después cuando ya es un ingeniero que construye estaciones de trenes sigue preguntándose por qué lo desterraron salvajemente de ellos mismos. No, no tenía idea de por qué. Se siente incluso afectado físicamente, lacerado, mutilado, ya que consideraba a este grupo como una masa que los contenía a todos. La corporalización de los otros lo alcanzaba como individuo y los imaginaba como a una sola persona bajo una misma luz u otorgando la luz de la que lo habían privado.
El rechazo detuvo la vida de Tsukuro después de haber gozado de la plenitud. Entonces este grupo de amigos ofrecía certeza de algo al otro lado una vez estrechados los puentes. Pero cuando eso se corta desde ese otro lado, solo le queda buscarse y buscarlos en otros planos, trastocando su realidad y ficciones. Los imagina, los reconstruye y destruye en escenas inexistentes.
"Los años de peregrinación" de Franz Liszt se escucha a lo largo del libro describiendo personajes y contando historias inconclusas o buscando algo más para ellas, quizás un fin. Cuando conoce a una mujer por la que tiene un interés distinto al que ha tenido por otras, aceptar vincularse nuevamente a su pasado y buscar la verdad de lo que pasó. Sin embargo los personajes se mezclan entre otros planos como laberintos deformados y cuentan desde ellos la misma historia con variaciones de su propia personalidad y posibilidades. Tokio ha ido absorviendo a Tsukuro, encerrándolo y dejándolo ser aparentemente una persona simple y sin complicaciones. Pero debe regresar a Nagoya, lugar en el que nació y en el que viven dos de sus amigos.
La imagen más transgresora de Tsukuru es quizá la más simple de todas. Él observaba trenes intentando pertenecer a ese movimiento, lo hace desde la inercia asumiendo que no podrá soportar en algún momento la intensidad de los cambios o de lo que necesita.
Finalmente Murakami nos deja las pasiones de hombres que vivieron en la nausea y el hartazgo, traza crímenes que se narran desde culpas ajenas y son descritos con placer, con un ojo que no intenta detener o adivinar sino solo sentir. También vemos relaciones que optan por lo que saben está equivocado, pero que es desde ya, una contribución a ellos mismos: elegir al más débil para regodearse en el altruismo y dejar la factura para cuando pase el tiempo y las heridas aparentemente hayan cerrado.
Los años de peregrinación del chico sin color es el nervio adormecido de la culpa, un ensayo en que las certezas disparan en contra de uno mismo no para perder sangre, sino color, estaciones y muerte.
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Prensa cultural