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Rasgar el cuello de la enfermedad

Esta semana en La Mula, la poeta Victoria Guerrero presenta Documentos de Barbarie (poesía 2002-2012). Aquí una lectura de Cuadernos de quimioterapia (Contra la poesía).

Publicado: 2013-09-20


Sin seno y sin falo, lo que resta es un cuerpo que escribe plegarias contra la enfermedad. 40 grados. 39. 41. La fiebre podría meterse dentro de las uñas e invadir las muecas, las tardes, lo domingos, los hospitales, las palabras. Podría poner amarillas las sábanas y el llanto de la niña, resultado de la amputación del seno y del falo, pero no del lenguaje, tan intenso como la misma enfermedad que devora a las mujeres de una familia.  

“Renovar la poesía- dicen/qué diablos puede significar eso?/Radiarla/irradiarla/quemarla/mutilarla/ejecutarla?".

Son los versos de Cuadernos de quimioterapia, último poemario de Victoria Guerrero, ahora incluído en "Documentos de barbarie (poesía 2002-2012)", reunión de sus libros más representativos: "Ya nadie incendia el mundo", "El mar ese oscuro porvenir” y "Berlín".

La imagen es clara. Estamos dentro o cerca del aroma que despiden los cuidados, las pastillas, los paños, las hierbas, la comida saludable. La casa se transforma en un hospital y el hospital en una habitación más de la casa, una extensión o un brazo que va a ser inyectado y recordado como una fotografía de domingo. El amor dentro de los cuerpos empieza a oler igual y a sonar como las charolas de la comida. “Le inoculo la enfermedad para que sane/la enfermedad riega sus venitas/su cerebro/ es un amor insomne (…) me entrego a este amor/ tomo todas sus pastillas/aprendo a escribir nuevos nombres/ CMF (Ciclofosfamida, Metatrexato y 5-Fluorouracilo)/A engullir otros signos/ Y ya qué diablos”. Lo cotidiano se transforma, las nuevas palabras solo hablan de la enfermedad y de la prisa contra la muerte.


“Hoy le corté el pelo a mi hermana”

Es hora del corte, la maldita ceremonia de aceptación. La tijera abre y cierra su cuerpo punzante y metálico. El temor a las malas funciones de los órganos cubre todo, además de la deformación, la mutilación, la mirada de las dos mujeres enfermas sobre la que está sana pero escribiendo, alimentando, concibiendo otra enfermedad, propia, fuerte.

Las tres mujeres comparten el aliento a pastillas, se respiran el polvo en las caras y a través de esta neblina de farmacia llegan a verse los ojos para después abrazarse. Y lo saben: escribir puede llevar a la agonía, a tocar el cáncer, enfrentado a través de palabras que contienen ardor, locura, o cartografías para pasos alrededor de una camilla. El yo poético se cuestiona en este mismo acto: “escribes como una perra/ eres una malparida – eso me han dicho/invocas a dioses malignos dioses/que se presentan cada noche bajo tu cama”.

“Tanto pelo muerto cubría mis sueños” dice la que escribe, la que rige la casa pero no la enfermedad. La muerte le lanza frases, pide cosas, incluso agua para seguir creciendo sobre la cabeza de la mujer enferma. El cabello cortado de la hermana parece haberse convertido en un animal una vez que toca el suelo, ajeno al cuerpo al que pertenecía. La enfermedad se pasea por entre los cuerpos de las mujeres de la familia, cambiándolos, alterando sus roles. “Yo he de imitar a mi hermana para poder ser su madre (…) pues no tengo ningún hijo que legitime mi condición de parturienta”.

Los "Cuadernos de quimioterapia" recogen el pelo cortado, reciben el peso de la tijera, el tacto de quien escribe en ellos poemas descarnados como única respuesta frente a lo que ocurre. Son el espacio único en el que la enfermedad se transforma y se trastoca. Así, lo que quedó sobre el piso reclama a quien lo ve con otros ojos, puede herir, sentir el mismo abandono o tristeza de las mujeres que lo dejan caer porque se ha vuelto inútil, inerte, solo un objeto que debe ser arrancado. El cabello de la hermana es solo una imagen quieta, pero relampaguea desde el suelo. Las cabezas humanas se confunden, la enfermedad salta entre una y otra, como un animal, como un hato de cabellos que se convertirá cuando los químicos lo alcancen. Huye, también huye de la muerte, pero tarde: ya lo han cortado.

La cabeza hermana, la cabeza madre, la cabeza hija, la cabeza niña, la cabeza mutilada hablan entre ellas haciendo sonar los dientes, ríen pero también se ocultan bajo el polvo de las pastillas, convertidas en objetos importantes, más importantes aun que sus cabelleras y otras partes de su cuerpo. El banquete estará listo y ellas podrían estar servidas a la misma fiebre que les quema la garganta, la frente, los ojos. Sobre el plástico de las cabezas o sobre el mismo cuerpo la jeringa expulsa taxotere, carboplatino, herceptin, las nuevas palabras, lo nuevos ritos y plegarias. “Oh cómo se bebe la locura con ardor”. Oh, cómo se escribe la locura, la enfermedad y cielos que descienden al lado de las partes extirpadas de los cuerpos que intentaron alcanzarlo.


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Dinosaurios de latón

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