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jose ovejero. foto: jorge cerdán

“Suelo coger a mis personajes cuando creen que nadie los ve"

El premio Alfaguara 2013, José Ovejero presenta su novela “La invención del amor”

Publicado: 2013-08-05

 

Enterrado el cuerpo empieza su construcción. “Clara está muerta”, le comunican a Samuel por teléfono. Él llegará hasta su ataúd como un náufrago, sin habérselo propuesto, sin haberla conocido siquiera, solo por una llamada al azar hecha por alguien que lo confundió con otro que llevaba su mismo nombre. Solo una casualidad… entonces Samuel empieza a poseer la historia de esa mujer con cierta perversión y soledad, bajo el aburrimiento o excusa de sus propias manías. Solo le queda suplantar al pobre diablo con el que lo han confundido.

Al lado del cadáver recibe los golpes del marido, las miradas de algunas mujeres y la atención de Carina, hermana de Clara. Obtiene su respuesta. Nunca falta un amante que tenga el mal gusto de ir al velorio.

“La novela los pone en contacto por algo en común. Así se encuentran los demás personajes. Y es que están fascinados por Clara, se satisfacen, la utilizan porque ella ha vivido lo que ellos no. Así recuperan su propia vida, se reconstruyen. Clara ha cometido errores, sabemos poco de ella, pero ni su hermana ni Samuel o el verdadero Samuel lo han hecho. Nunca se han atrevido a vivir”, comenta sobre sus personajes José Ovejero, escritor español, ganador del Premio Alfaguara 2013, por “La invención del amor”.

Así, la única que gritó desnuda en su novela, se envolvió en sus puños, se acostó con punks, salió de casa gritando que jamás regresaría, tuvo amantes y más; está muerta para que los demás se alimenten hasta la gula.


¿Cómo se inventa el amor en la novela?

 Después de la profanación, alrededor de Clara. Ellos se acoplan, empiezan a pertenecerse, se conocen en un pasaje fúnebre que les devuelve los latidos. Samuel “recuerda” con más exactitud el rostro de Clara que la de cualquiera de sus amantes e investiga su vida, su pasado, se acerca al hombre que suplanta para darse cuenta de que es peor que una copia, que no imagina a la mujer a la que ha idealizado tanto, con alguien tan simple, tan débil como él, vulgar. Esta suerte de doble suyo lo arrastra a seguir bajo la ceremonia de una mujer que no existe, que no podrá tocar jamás, aunque por momentos dentro de la narración él parece creer tanto en lo que dice de Clara, describiendo momentos exactos de su falsa convivencia con ella, que también lo va asumiendo y se arrastra a su propia ficción y lleva con él a quienes lo frecuentan, porque necesitan de esas historias para estar un poco más cerca de ella, enterrada y repartida a gusto de quienes asomaron al cadáver.


Un dominó de personajes fracturados

“Suelo coger a mis personajes en los momentos en los que creen que nadie los ve, como si me asomase a la mirilla de su casa y… dime quien quién eres de verdad cuando crees que nadie te ve, les digo, lo demás lo escribo”, señala Ovejero. Sus personajes han sido descubiertos entonces en algún momento rancio, abandonados, como fotografías borrosas. Entonces les dio algo más. 

Cuando el placer por las cosas simples va desapareciendo sin lograr desesperación, es que la muerte ha comenzado a instalarse, sin violencia, cotidiana. ¿Les devolvió el placer, la muerte o ambas o la capacidad de inmutarse frente a ellas?

La imagen del sujeto en la novela no presenta mayor drama, sino el registro de como cómo las personas han ido cambiando, adecuándose a la rapidez de un mundo competitivo, digital, en el que las relaciones humanas importan, sí, pero en la medida que sean paréntesis entre tanto caos. Nos da igual. Se vive sin arriesgar mucho o por lo menos es una opción. Sin embargo, Samuel, el protagonista, reconoce su vocación por la infelicidad, por ser una persona a medias, no un personaje (eso le toca a Ovejero). Pero es a todas luces un personaje brillante, cuya farsa ilumina no solo la lectura sino la vida de quienes lo rozan buscando lo mismo, robar la intensidad que no pudieron producir.


Aquí no hay poesía

Al inicio de la novela, las descripciones de una madrugada cualquiera en la que un grupo de amigos empieza a despertarse con resaca y con vista a la ciudad o “un filo rosado que bordea el cielo”, notamos de inmediato un lenguaje poético. José Ovejero también es poeta, y ha escrito en casi todos los géneros. Pero comenta algo muy importante: “Soy un poeta de la circunstancia. Soy principalmente un narrador, pero aprendo del ritmo de la poesía. Pero eso no puede ir más allá de lo razonable. La poesía tiene un lugar en la novela, pero peor no me interesa cuando se come la novela. Debe servir al personaje, si no pierde solidez, credibilidad. Quería descripciones muy precisas para hablar de la realidad y hacer más verosímil el relato de alguien que suplanta a un hombre en un velorio. Solo así podía dar inicio a la novela y empezar a explorar cómo se inventa Samuel, cómo se inventa el amor”. Apuntado.

Para muchos el amor empieza cuando acaba, después de haber agotado las construcciones que hicimos sobre el otro. Para José Ovejero lo mismo ocurre con la novela, empieza cuando muere el personaje central. “Samuel va cambiando mientras se inventa a Clara. Para él el amor empieza cuando la descubre en una historia o en una vida distinta a la suya. Ella es intensa, él vive a medias. Solo que él está vivo y ella está muerta”, puntualiza.





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