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La soledad de las bolsas humanas

NO CARTELERA: Play. Dirigida y escrita por Alicia Scherson.  Con Viviana Herrera, Andrés Ulloa, Aline Kuppenheim, Coca Guazzini, Juan Pablo Quezada, Jorge Alis, Francisco Copello ............./ Chile, 2005 .

Publicado: 2013-06-26


Las vitrinas a veces contienen a las personas que las observan y que las  tocan, como si estuvieran negadas y arrastrar los dedos sobre el vidrio  sea solo la confirmación de que  atraviesan la vida o a sí mismos esperando una ruptura.

Así camina Cristina por la ciudad, de la misma manera en la que recorre centros comerciales, distrayéndose entre ruido y gente, de la caja en la que a veces parece estar metida. En algunas escenas da la sensación de ser una bolsa llena de aire que se mueve sobre las veredas, silvando, devolviendo inercia o la música que escucha, aislada de todo por los audífonos. También observa, deambula y arrastra pasos ligeros. Todo tiene cierto orden. Cuida a un anciano, lee para él, gana lo suficiente, envía dinero a su madre y para referirse al sur (al campo) comenta que huele a lana vieja y mojada, que ahí no hay nada para ella. Prefiere la ciudad, pasar los dedos sobre lo que no puede poseer, esperando.

En algún otro lugar, un matrimonio comparte su última ducha. Se tocan, se limpian, enjabonan y acarician. No hay erotismo, se agotó, sino sólo recuerdos que no logran que ella no lo deje. Poco después él: Tristán, se mete a la cama con zapatos y va sintiendo las arcadas de una mañana vacía. Lo esperan el poeta anciano y vagabundo  que posee la verdad, la fiesta de una mujer ciega ofrecida por su amante o gigolo bronceado al sol, una cantina de mala muerte en la que se atreve a pedir un vodka pero en la que sólo recibe cerveza y relatos sobre tatuajes en abusivos escotes y... "mi marido tiene uno igual donde termina la raya del culo... sabe? es una promesa" comenta sonriente la mujer, enamorada una y mil veces más de su marido quien le devuelve la mirada con un beso volado mientras limpia una mesa.

Entonces el choque entre Cristina y Tristán está señalado. Tiene que ocurrir. El pierde algo, ella lo encuentra.  Un maletín... dentro: objetos insufriblemente cotidianos. De pronto Cristina siente curiosidad por el dueño de tanta ¿mierda, rutina? quizá  presiente entre esos objetos a otra persona encerrada esperando romperse en pedazos para ver qué pasa.

“Es mejor un verbo que un adjetivo” le dice a Tristán el amante de su madre, un mago o gigolo de turno, cómodo sobre un sofá como en el intercambio que ha pactado: afecto por una piscina, por un trago gratis a cualquier hora del día, mucho sol y un jardín para su conejo. Sí, es un mago de verdad, de esos que ofrecen shows, usan sombrero de copa y se mueven por el mundo con la jaula de su tierno conejo blanco como si fuera una maleta. Pero soportar la presencia de su “hijastro” -solo un poco menor que él y encima deprimido- le parece mucho. Es mejor hacer algo que parecer un huevón, sería la traducción de la escena que encierra la frase Lárgate

“Entonces, pásame la marraqueta, imbécil” responde Tristán, haciendo notar el uso del adjetivo en una mesa familiar transfigurada en la que la madre siempre sonríe, ciega, sirviendo mal el café, como en un comercial, perfecta. “¿Se va a quedar? por lo menos deberían consultármelo ¿no?" dice el mago semidesnudo, dando a la película de Scherson el toque tragicómico. La mueca que dice “ándate a la mierda” no hace ninguna diferencia. El mago y la mujer mayor sonríen con la taza de café, sostenida, posada. En su escena sobra un personaje... y los tres lo saben. 

El encuentro entre Cristina y Tristán se aplaza durante toda la película, dejando ver  ambos personajes en todo el esplendor de sus manías, obsesiones y la propia ruina en la que se va encerrando Tristán. Cristina lo sigue por las calles, lo huele en el bus, une las piezas de su matrimonio fracasado y se va metiendo cada vez más dentro de una vitrina imaginaria delante de la que él es otra bolsa aburrida que se arrastra sobre las veredas, esperando.


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Dinosaurios de latón

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